El nombre Siria es un término geográfico que designa una región cuya extensión ha variado de tiempo en tiempo. La Siria actual no incluye todo lo que fue conocido como Siria en tiempos antiguos, y se extiende a otras regiones que nunca antes se consideraron parte de ella. En tiempos de Roma se daba el nombre de Siria a todo el territorio que va desde el Eufrates en el norte hasta el mar Rojo en el sur. En otras épocas se consideraba a Palestina como país aparte, y se incluían [en Siria] partes del norte y del centro de Mesopotamia. Con todo, hablando en términos generales, el nombre geográfico Siria designa una región limitada al este por el gran desierto sirio, al oeste por el Mediterráneo, al norte por los montes Tauro y al sur por Palestina. La frontera entre Siria y Palestina es aproximadamente una línea recta que va desde el mar al norte de Acre hasta el Jordán al norte de las Aguas de Merom.
Esta región es atravesada por dos cordilleras que corren de norte a sur. En la cordillera occidental se destaca, en el norte, el Jebel Akra (1.650 m); y en el sur, el Líbano, que se eleva a más de 3.000 m. La cordillera oriental, llamada el Antilíbano, a la cual pertenece el monte Hermón, alcanza alturas hasta de unos 3.000 m. Entre las dos cordilleras se extiende un valle altiplánico de 19 km de ancho, llamado ahora Beqa', "la hendidura", con sus dos ríos, el Litani, que fluye hacia el sur, y el Orontes, hacia el norte. Ambos ríos se desvían finalmente hacia el oeste y desembocan en el Mediterráneo. Varios arroyos fluyen hacia el oriente desde la cordillera del Antilíbano e irrigan varios oasis del desierto sirio, de los cuales Damasco, con su región circundante de huertas, es el más rico y más grande.
Puesto que las montañas aislaban del resto de Siria a la región costera de Fenicia, su historia es algo distinta de la historia de la región interior, de la cual se trató en forma separada en la entrada precedente. De modo que, políticamente, Siria estuvo formada esencialmente por ciudades-estados que florecieron en torno a oasis tales como los de Damasco y Alepo, y otros como Cades, Qatna, Hamat, o Alalaj (Tell 'Atshânah), sobre las orillas de ríos interiores. Todos estos últimos estaban próximos al Orontes. La típica cultura siria de tiempos posteriores se halla también en la parte superior de la Mesopotamia, en la región que en el segundo milenio fue conocida como reino de Mitani.
Como en el caso de Fenicia, poco se sabe de la historia de esta región antes de mediados del segundo milenio. Sin embargo, textos egipcios y babilonios de la primera mitad de dicho milenio AC, mencionan ocasionalmente a los gobernantes de las ciudades de Siria, y por sus nombres sabemos que eran amorreos, como lo fueron la mayoría de los gobernantes del Asia occidental desde 2200-1500 AC. Los hicsos, que avanzaron hasta Egipto en el siglo XVIII, pasaron a través de Siria en camino al valle del Nilo y tomaron posesión de ciertas ciudades importantes, por ejemplo Qatna, fortificándolas de una manera típicamente hicsa con macizos baluartes de tierra.
En el siglo XVI Tutmosis III conquistó toda Siria, que permaneció bajo el dominio egipcio durante casi un siglo. Sin embargo, durante el reinado de Amenhotep III e Iknatón, algunos de los gobernantes aborígenes que estaban sometidos aprovecharon la debilidad de Egipto y se hicieron independientes. El más fuerte de estos Estados rebeldes fue Amurru, del cual sabemos mucho por las Cartas de Amarna y los registros hititas de la época. En tiempos de la XIX dinastía surgió un nuevo poder rival por la posesión de Siria, el de los hititas, con el resultado de que Siria se convirtió frecuentemente en campo de batalla donde se encontraron las dos fuerzas opositoras. Con la aparición de los pueblos del mar hacia fines del siglo XIII AC, los hititas desaparecieron de la historia como nación, pero los restos que quedaron retuvieron la posesión de algunas ciudades sirias tales como Hamat y Carquemis, y conservaron la cultura hitita durante varios siglos.
En esa época, los arameos, que habían vivido en las llanuras del norte de Mesopotamia durante muchos siglos, se trasladaron hacia el sur y fundaron -o se apoderaron de- una cantidad de fuertes ciudades-estados, de las cuales Damasco y Zeba (al norte de Damasco) llegaron a ser las más poderosas. Por esta razón, a partir de la época de David los registros bíblicos mencionan con frecuencia a estos dos Estados. David pudo mantenerlos en sujeción, pero recuperaron su independencia durante el reinado de Salomón o inmediatamente después de su muerte. Desde entonces en adelante, los Estados sirios fueron enemigos del reino de Israel, con el resultado de que Israel riñó numerosas guerras contra los sirios, especialmente contra Damasco.
Esta región es atravesada por dos cordilleras que corren de norte a sur. En la cordillera occidental se destaca, en el norte, el Jebel Akra (1.650 m); y en el sur, el Líbano, que se eleva a más de 3.000 m. La cordillera oriental, llamada el Antilíbano, a la cual pertenece el monte Hermón, alcanza alturas hasta de unos 3.000 m. Entre las dos cordilleras se extiende un valle altiplánico de 19 km de ancho, llamado ahora Beqa', "la hendidura", con sus dos ríos, el Litani, que fluye hacia el sur, y el Orontes, hacia el norte. Ambos ríos se desvían finalmente hacia el oeste y desembocan en el Mediterráneo. Varios arroyos fluyen hacia el oriente desde la cordillera del Antilíbano e irrigan varios oasis del desierto sirio, de los cuales Damasco, con su región circundante de huertas, es el más rico y más grande.
Puesto que las montañas aislaban del resto de Siria a la región costera de Fenicia, su historia es algo distinta de la historia de la región interior, de la cual se trató en forma separada en la entrada precedente. De modo que, políticamente, Siria estuvo formada esencialmente por ciudades-estados que florecieron en torno a oasis tales como los de Damasco y Alepo, y otros como Cades, Qatna, Hamat, o Alalaj (Tell 'Atshânah), sobre las orillas de ríos interiores. Todos estos últimos estaban próximos al Orontes. La típica cultura siria de tiempos posteriores se halla también en la parte superior de la Mesopotamia, en la región que en el segundo milenio fue conocida como reino de Mitani.
Como en el caso de Fenicia, poco se sabe de la historia de esta región antes de mediados del segundo milenio. Sin embargo, textos egipcios y babilonios de la primera mitad de dicho milenio AC, mencionan ocasionalmente a los gobernantes de las ciudades de Siria, y por sus nombres sabemos que eran amorreos, como lo fueron la mayoría de los gobernantes del Asia occidental desde 2200-1500 AC. Los hicsos, que avanzaron hasta Egipto en el siglo XVIII, pasaron a través de Siria en camino al valle del Nilo y tomaron posesión de ciertas ciudades importantes, por ejemplo Qatna, fortificándolas de una manera típicamente hicsa con macizos baluartes de tierra.
En el siglo XVI Tutmosis III conquistó toda Siria, que permaneció bajo el dominio egipcio durante casi un siglo. Sin embargo, durante el reinado de Amenhotep III e Iknatón, algunos de los gobernantes aborígenes que estaban sometidos aprovecharon la debilidad de Egipto y se hicieron independientes. El más fuerte de estos Estados rebeldes fue Amurru, del cual sabemos mucho por las Cartas de Amarna y los registros hititas de la época. En tiempos de la XIX dinastía surgió un nuevo poder rival por la posesión de Siria, el de los hititas, con el resultado de que Siria se convirtió frecuentemente en campo de batalla donde se encontraron las dos fuerzas opositoras. Con la aparición de los pueblos del mar hacia fines del siglo XIII AC, los hititas desaparecieron de la historia como nación, pero los restos que quedaron retuvieron la posesión de algunas ciudades sirias tales como Hamat y Carquemis, y conservaron la cultura hitita durante varios siglos.
En esa época, los arameos, que habían vivido en las llanuras del norte de Mesopotamia durante muchos siglos, se trasladaron hacia el sur y fundaron -o se apoderaron de- una cantidad de fuertes ciudades-estados, de las cuales Damasco y Zeba (al norte de Damasco) llegaron a ser las más poderosas. Por esta razón, a partir de la época de David los registros bíblicos mencionan con frecuencia a estos dos Estados. David pudo mantenerlos en sujeción, pero recuperaron su independencia durante el reinado de Salomón o inmediatamente después de su muerte. Desde entonces en adelante, los Estados sirios fueron enemigos del reino de Israel, con el resultado de que Israel riñó numerosas guerras contra los sirios, especialmente contra Damasco.
A partir del siglo IX los Estados sirios compartieron la suerte de otras naciones del Asia occidental codiciadas por los reyes de Asiria. Durante dos siglos una campaña asiria tras otra se dirigió contra uno o más de estos Estados arameos de Siria para asegurar un caudal constante de tributo, hasta que Tiglat-pileser III inició la política de trasplantar las naciones conquistadas a distritos remotos del imperio, en un esfuerzo por sustituir la conciencia nacional por lealtad al imperio asirio. De ahí que una ciudad-estado tras otra desaparecieran bajo el ataque implacable de la maquinaria bélica asiria. Finalmente, en 732 AC, entre las últimas cayó Damasco, que entonces se convirtió en provincia de Asiria.
La caída de Damasco señaló la desaparición de la cultura siria característica de esa región que, en una forma algo cambiada, se perpetuó durante un tiempo como cultura mundial. El idioma arameo se extendió con la dispersión de la población siria, y dos siglos después de la caída de Damasco llegó a ser un medio de comunicación, hablado o por lo menos entendido, desde la frontera meridional de Egipto a través de la Media Luna de las Tierras Fértiles y Persia, y aun hasta el límite occidental de la India. Aunque los sirios nunca habían constituido una unidad política ni habían podido extender su dominio sobre extensas regiones del mundo, su idioma conquistó al mundo en una forma algo similar a la del griego unos siglos más tarde.