Saúl, hijo del benjamita Cis, hombre escogido por Dios a causa de su naturaleza profundamente religiosa (1 Sam. 10: 7, 10, 11; 14: 37), su humildad (1 Sam. 10: 22) y una tendencia a la generosidad (1 Sam. 11: 13), primeramente fue ungido en secreto por Samuel (1 Sam. 10: 1), proclamado rey en Mizpa (1 Sam. 10: 17-24), y confirmado en su cargo en Gilgal después de tener éxito en el rescate de Jabes de Galaad de manos de los amonitas (1 Sam. 11).
Su reino consistió en una unión algo débil de tribus que lo seguían como rey en tiempos de emergencia, pero que fuera de eso decidían sus asuntos internos sin interferencia de un gobierno central. A principios de su reinado, su actuación difirió poco de la de un juez. Aún después de ser proclamado rey, entre otras cosas todavía cuidaba su propio ganado.
Sin embargo, la idea de una monarquía real se desarrolló gradualmente. Saúl tenía el plan de que su reino fuese hereditario. En su capital, construyó un castillo en el predio de una hectárea, "Gabaa de Saúl", ahora Tell el-Fûl, a unos 6 ½ km al norte de Jerusalén. Su ciudadela de dos pisos que medía aproximadamente 52 m por 35 m, cuyos muros exteriores tenían de 1,80 a 2,10 m de espesor, ha sido excavada por W. F. Albright. Con sus muros fortificados y torres en las esquinas, representa la construcción hebrea típica de la época. La sala más grande, que era probablemente la sala de audiencia donde David tocaba su lira ante el rey, medía unos 2,10 por 7,60 m.
Fue Saúl quien creó el primer ejército regular, aunque pequeño, mantenido por Israel. Constaba de 3.000 hombres ubicados como guarnición en tres ciudades (1 Sam. 13: 2), con su tío -o tal vez primo- Abner, como comandante en jefe (1 Sam. 14: 50).
El nuevo rey, instalado en el trono durante el período difícil cuando los filisteos, apoyados en sus armas y experiencia militar superiores, trataron de subyugar a los hebreos, a menudo se halló luchando contra ellos como también contra otras naciones. Dio la primera prueba de sus condiciones de general cuando rescató de los amonitas la ciudad de Jabes de Galaad, en Transjordania (1 Sam. 11: 1-11). También sostuvo guerras victoriosas contra los amalecitas (1 Sam. 15: 4-8) y los idumeos en el sur, los moabitas en el este, y los arameos del Estado sirio de Soba (1 Sam. 14: 47).
Con todo, la amenaza permanente para la existencia de Israel provino de los filisteos (1 Sam. 14: 52), que mantuvieron guarniciones en varias ciudades hebreas, aun en algunas cercanas a la capital de Saúl. Los filisteos tenían el monopolio de la manufactura y afilación de armas y herramientas, de manera que en determinado momento en todo Israel solamente Saúl y Jonatán poseían armas de hierro (1 Sam. 13: 19-22). Aterrorizaron de tal manera a los hebreos, que éstos se vieron obligados habitualmente a refugiarse en cuevas y lugares inaccesibles de las montañas (vers. 6).
La primera gran victoria israelita sobre los filisteos, la que causó su expulsión de la región montañosa oriental, fue más bien un episodio militar que una batalla real. Cuando los filisteos habían ocupado las colinas de Benjamín y habían tomado a Micmas, los israelitas retrocedieron en desorden (vers. 5-11). Micmas queda a 11 km al norte de Jerusalén, a una altitud de 620 m sobre una colina que domina la profunda garganta del Wadi ets-Tsuwenît hacia el sur, que formaba el paso de Micmas. Mientras Saúl estaba acampado con 600 hombres en Gabaa, separado de los filisteos por el Wadi ets-Tsuwenît, Jonatán y su escudero descendieron por la roca Sene en la cual estaba construida Gabaa, cruzaron el wadi, y luego escalaron la escarpada roca Boses, sobre la cual estaban acampados los filisteos en Micmas (1 Sam. 13: 15, 23; 14: 4, 5). El ataque sorpresivo de Jonatán en el campamento filisteo creó gran confusión, la que aumentó cuando los hebreos acudieron en ayuda de Jonatán; entonces los filisteos huyeron aterrados (1 Sam. 14: 11-23).
El primer gran encuentro entre los hebreos y los filisteos durante el reinado de Saúl se realizó en la región montañosa occidental entre Soco y Azeca, a mitad de camino entre Jerusalén y Ascalón. La victoria de David sobre Goliat en esa ocasión fue el comienzo de una gran serie de victorias sobre los odiados filisteos. Los principales resultados fueron una mayor libertad para los hebreos y considerable riqueza obtenida del saqueo a los filisteos (1 Sam. 17).
Por desgracia para la nación y la casa real, Saúl, que tenía un carácter indisciplinado, se hizo despótico después de sus victorias. A causa de su violación de la ley levítica y de órdenes divinas, no sólo perdió el reino sino también el juicio. Sus últimos años -no se sabe cuántos- pasaron bajo la sombra de la locura, que a su vez lo llevó a continuas tentativas de matar a David, de quien él sabía estaba destinado a ser su sucesor. Habiendo perdido la amistad y la mano guiadora de su viejo consejero Samuel (1 Sam. 15: 17-23, 35), cometió crímenes de los más necios y atroces, tales como la matanza de los sacerdotes inocentes de Nob (1 Sam. 22: 11-21), y hasta intentó matar a su propio hijo Jonatán (1 Sam. 20: 30-33). Aunque conocido por su celo en desarraigar el espiritismo, pidió consejo a una bruja el día antes de su muerte (1 Sam. 28: 3-25).
En una batalla reñida en las montañas de Gilboa, en el extremo oriental de la llanura de Esdraelón, Saúl y sus hijos perdieron la vida luchando contra los filisteos (1 Sam. 31: 1-6). Esa batalla fue tan desastrosa que todas las ganancias del largo reinado de Saúl se perdieron ante los filisteos, quienes una vez más ocuparon las ciudades de Israel y arrojaron a los aterrorizados habitantes a sus antiguos refugios de las montañas (vers. 7).