Josafat (872-848 AC) continuó las reformas religiosas de su buen padre. Aunque no quitó todos los altos, se lo encomia por haber ordenado que los levitas y sacerdotes recorriesen el país para predicar la ley (1 Reyes 22: 43; 2 Crónicas 17: 7-9). Él terminó la larga querella entre Judá e Israel al aliarse con la dinastía de Omri, y casó al príncipe heredero Joram de Judá con Atalía, hija de Acab (2 Reyes 8: 18, 26), unión que por desgracia abrió la puerta para el culto de Baal en Judá. Josafat también ayudó a los reyes del norte en sus campañas militares. Con Acab fue contra Ramot de Galaad (2 Crónicas 18: 28), y con Joram, rey de Israel, contra Moab (2 Reyes 3: 4-27). También luchó contra una fuerte confederación de los idumeos, moabitas y amonitas (2 Crónicas 20: 1-30). Por otra parte, algunas naciones, como los filisteos y los árabes, quedaron tan impresionadas con las hazañas de Josafat que procuraron su amistad. Su intento de restablecer las expediciones de Salomón a Ofir fracasó cuando sus barcos naufragaron en Ezión-geber (vers. 35-37).
Joram (854-841 AC), que no debe ser confundido con su contemporáneo, Joram de Israel, compartió el trono con su padre Josafat. No se dice nada bueno de Joram. Influido por su esposa malvada e idólatra, fomentó el culto a Baal en Judá (2 Reyes 8: 18), riñó infructuosas guerras con los filisteos y los árabes (2 Crónicas 21: 16, 17; 22: 1), y murió de una enfermedad incurable, según lo había predicho Elías (2 Crónicas 21: 12-19).
Ocozías (841 AC) siguió los caminos corruptos de sus padres, acompañó a su tío Joram de Israel en una guerra infructuosa contra los sirios (2 Reyes 8: 26-29), y fue mortalmente herido en el complot de Jehú contra Joram de Israel. Murió en Meguido, adonde había huido para restablecerse (2 Reyes 9: 14-28).