EL DIOS QUE YO CONOZCO

11.02. David (1011-971 AC)

Después de la muerte de Saúl, David fue coronado rey sobre Judá en Hebrón (2 Samuel 2: 3, 4). En tiempos pasados había sido capitán en el ejército de Saúl, y por un tiempo fue yerno de Saúl (1 Samuel 18: 27), pero había vivido como proscrito en los bosques y las cavernas de las montañas del sur de Judá, y en una ciudad filistea durante los últimos años del reinado de Saúl (1 Samuel 19 a 29).

David, ungido secretamente por el profeta Samuel poco después del rechazo de Saúl como rey, estaba excepcionalmente dotado como guerrero, poeta y músico (1 Samuel 17; 2 Samuel 1: 17-27; 1 Samuel 16: 14-23). Era también profundamente religioso, y aunque cayó en un grave pecado, se arrepintió y recuperó el favor divino (ver el Salmo 51). Por lo tanto, se le confirmó el trono a perpetuidad a él y a su posteridad, lo que culminaría con el reino eterno del Mesías, que fue descendiente de David según la carne (Romanos 1: 3).

Los primeros siete años del reinado de David se limitaron a Judá, mientras que Is-boset, cuarto hijo de Saúl, reinó sobre el resto de las tribus desde su capital, Mahanaim, en Transjordania. Las relaciones entre los dos reyes rivales fueron amargas, e hicieron crisis en forma de luchas y derramamientos de sangre (2 Samuel 2: 12-32). Abner, comandante del ejército de Saúl, era el que realmente sostenía el trono de Is-boset, hombre débil que cayó víctima de unos asesinos inmediatamente después que Abner le retiró su apoyo (2 Samuel 3 y 4). Su verdadero nombre parece haber sido Es-baal, "hombre de Baal" (1 Crónicas 8: 33; 9: 39), lo que sugiere que cuando nació, Saúl se había alejado tanto de Dios que adoraba a Baal. Al escritor inspirado de 2 Samuel, este nombre le resultaba tan vergonzoso que nunca lo usó; por eso a Es-baal, "hombre de Baal", siempre prefirió llamarlo Is-boset, "hombre de vergüenza".

David había hecho de Hebrón su capital, y allí, después de la muerte de Is-boset, fue coronado rey sobre todo Israel, lo cual señaló el fin de la breve dinastía de Saúl. Después que David hubo reinado durante siete años y medio, se propuso establecer una nueva capital. Demostró notable sabiduría política al elegir como capital una ciudad que hasta ese momento no había pertenecido a ninguna tribu, y que por lo tanto sería aceptable para todos. Al conquistar la fortaleza Jebusea de Jerusalén, en la frontera entre Judá y Benjamín, y al establecer el centro político y religioso del reino en una ubicación central, lejos de las principales carreteras internacionales que atravesaban el país, David demostró una previsión política digna de encomio. Desde entonces Jerusalén ha sido una ciudad importante y ha desempeñado un papel destacado en la historia del mundo.

El reinado de David se distingue por una cadena ininterrumpida de victorias militares. Derrotó repetidas veces a los filisteos (2 Samuel 5: 17-25; 21: 15-22; 23: 13-17) y logró libertar completamente a Israel de la influencia de ellos. Los limitó a una región costera próxima a las ciudades de Gaza, Ascalón, Asdod, Gat y Ecrón. También subyugó a los moabitas, amonitas y edomitas (2 Samuel 8: 2, 14; 10: 6 a 11: 1; 12: 26-31; 1 Crónicas 18: 2, 11-13; 19: 1 a 20: 3), y sometió a los arameos de Damasco y Soba (2 Samuel 8: 3-13; 1 Crónicas 18: 5-10). Otras naciones procuraron su amistad mediante el envío de presentes -como lo hizo el rey de Hamat (2 Samuel 8: 9, 10)- o mediante la firma de tratados, como en el caso del rey fenicio de Tiro (2 Samuel 5: 11). De esta manera David pudo reinar sobre toda Palestina occidental y orienta, con excepción de la región costera, e indirectamente también sobre grandes secciones de Siria. Prácticamente todo el territorio entre el Eufrates y Egipto era administrado por los gobernadores de David, o le era favorable, o le pagaba tributo.

La política interna de David no siempre tuvo tanto éxito como su política exterior. Para fijar impuestos o para hacer un cálculo del potencial humano de su reino, hizo levantar un censo que ofendió a Joab, su general, y también a Dios (2 Samuel 24; 1 Crónicas 21 y 22). David, como otros estadistas fuertes antes y después de él, también cayó ocasionalmente víctima de sus concupiscencias -véase por ejemplo el episodio de Betsabé (2 Samuel 11: 2 a 12: 25)-, y como polígamo compartió los tristes resultados de esa costumbre. Uno de sus hijos cometió incesto (2 Samuel 13); otro, Absalón, llegó a ser fratricida y más tarde se rebeló contra su propio padre, pero murió en la batalla que siguió (2 Samuel 13 a 19). La rebelión del benjamita Seba también causó serias dificultades y derramamiento de sangre (2 Samuel 20); y poco antes de la muerte de David, Adonías, uno de sus hijos, hizo un intento infructuoso para ocupar el trono mediante una revolución en el palacio (1 Reyes 1). Sin embargo, la recia personalidad de David, junto con el resuelto apoyo de los que le fueron leales, le permitió vencer todas las fuerzas divisivas. El reino fue transferido a Salomón como una sólida unidad.

La lealtad básica de David para con Dios y su disposición a arrepentirse y aceptar el castigo por el pecado, le ganaron el respeto de los profetas Natán y Gad, y le atrajeron promesas y bendiciones divinas de una naturaleza singular. No pudo realizar uno de sus mayores deseos: construir un templo para el Dios que amaba. Sin embargo, se le prometió que construiría el templo su hijo, cuyas manos no estaban manchadas de sangre como las suyas. Por lo tanto, David compró el terreno, mandó hacer el plano y reunió los fondos para ayudar a Salomón en la realización del plan (2 Samuel 7; 1 Crónicas 21: 18 a 22: 5).
Powered By Blogger