Jehú
(841-814 AC), que había sido ungido por un mensajero de Eliseo en Ramot de Galaad,
no sólo puso fin a la dinastía idólatra de Omri sino que erradicó el culto de
Baal hasta donde le fue posible. Por
este celo justiciero fue encomiado por el profeta, y se le prometió que sus
descendientes se sentarían sobre el trono de Israel hasta la cuarta generación
(2 Rey. 10: 30). Por consiguiente, su
dinastía reinó sobre el país durante unos 90 años, casi la mitad del período de
existencia de la nación. Sin embargo,
Jehú no terminó con el culto del becerro de Jeroboam, y su reforma por lo tanto
fue incompleta.
Rompiendo
con la política de sus predecesores, Jehú voluntariamente se hizo vasallo de
Salmanasar III y pagó tributo tan pronto como ascendió al trono. Este suceso
está representado en los cuatro lados del obelisco negro de Salmanasar, ahora
en el Museo Británico. El rey hebreo -el
primero de quien existe una representación de su misma época- aparece
arrodillado ante Salmanasar, mientras que su séquito lleva como tributo
"plata, oro, un tazón de saplu
de oro, una vasija de oro con fondo puntiagudo, vasos de oro, baldes de oro,
estaño, un báculo para rey y puruhtu
de madera" (se desconoce el significado de las palabras en cursiva). Probablemente Israel cambió su política para
con Asiria a fin de obtener la ayuda de ésta contra Hazael de Siria, principal
enemigo de Israel.
Los
17 años del reinado de Joacaz
(814-798 AC) se caracterizaron por guerras continuas contra los sirios, los
cuales oprimieron a Israel, primero bajo Hazael, y luego bajo su hijo Ben-adad
III (2 Reyes 13:1-3). El resultado fue que
Israel perdió mucho de su territorio y su ejército, de manera que sólo le quedaron
10 carros, 50 jinetes y 10.000 infantes (vers. 7). Una comparación de los 10 carros de Joacaz
con los 2.000 de Acab revela la gran pérdida de poder que había sufrido el
reino en 50 años. No se sabe quién
rescató a Israel de su triste suerte, porque no se identifica al "salvador"
del vers. 5. Puede haber sido su hijo Joás (ver vers. 25), un rey de Asiria, alguna otra persona.¹
El
siguiente rey de Israel, Joás
(798-782 AC), tuvo más éxito en sus guerras contra los sirios que el que había
tenido su padre, y al vencerlos tres veces recuperó todo el territorio perdido
por Joacaz (vers. 25). Desafiado por Amasías
de Judá, contra su voluntad tuvo que luchar contra el reino del sur: la primera
guerra en 100 años entre las dos naciones hermanas. Venció al ejército de
Judá en la batalla de Bet-semes, tomó cautivo al rey, y entró victoriosamente
en Jerusalén. Derribó parte de las defensas
de la ciudad, y se llevó vasos del templo, tesoros reales y algunos rehenes a
Samaria (2 Reyes 14:8-14).
Los
datos cronológicos exigen una corregencia entre Joás y su hijo, Jeroboam II,
durante unos 12 años, la única corregencia de la cual haya evidencia en Israel.
Joás puede haber tomado esta medida por prudencia política. Conociendo el peligro que experimenta un
Estado cuando repentinamente queda vacante el trono, probablemente designó a su
hijo Jeroboam como gobernante asociado y sucesor cuando comenzó sus guerras de
liberación contra Siria. Así quedaba asegurada
la continuidad de la dinastía aun cuando el rey perdiera la vida durante una de
sus campañas.
Se
registran 41 años de reinado de Jeroboam
II (793-753 AC), incluyendo 12 años de corregencia con su padre, Joás. Por desgracia poco se sabe de su reinado, que
evidentemente fue próspero. La Biblia
sólo dedica siete versículos a su vida (2 Reyes 14:23-29), pero ellos indican
que recuperó tanto territorio perdido, que su reino casi igualó en extensión al
imperio de David y Salomón. Con
excepción del territorio ocupado por el reino de Judá, la extensión de su reino
era prácticamente la misma que la de aquellos grandes reyes. Restauró el
gobierno israelita sobre las regiones costeras y las del interior de Siria,
conquistó Damasco y Hamat, y ocupó el sur de Transjordania hasta el mar Muerto,
lo que significa probablemente que hizo tributarios de Israel a Amón y
Moab. Estas grandes ganancias sólo
fueron posibles porque Asiria atravesaba por un período de debilidad política y
no pudo interferir.
Jeroboam
II fue evidentemente un gobernante fuerte, pero careció de la prudencia y la
previsión de su padre. De ahí que no
tomara ninguna medida para garantizar la continuidad de su gobierno, y su reino
se derrumbó casi inmediatamente después de su muerte. Su hijo Zacarías
sólo reinó seis meses (753-752 AC), y cayó víctima del complot asesino de Salum
(2 Reyes 15: 8-12). Así terminó la dinastía de Jehú, y de allí en adelante el
reino volvió rápidamente a la impotencia política que lo había caracterizado
durante la mayor parte de su corta historia.
¹
Es probable que se refiera a
Adad-nirari III, que reinó en Asiria, según el canon epónimo asirio o lista limmu,
aproximadamente desde 810 hasta 782 AC.
En el 5º año de su reinado, o sea en 806 AC, Adad-nirari III relata una
gran campaña militar al Mediterráneo durante la cual el rey de Siria fue
subyugado y se lo obligó a pagar un elevado tributo. Cuando los asirios aplastaron a los sirios,
pusieron fin a las incursiones sirias contra Israel.