EL DIOS QUE YO CONOZCO

2.04. Las Cartas de Amarna

El rico archivo de tablillas cuneiformes hallado en las ruinas de la malhadada y efímera capital de Iknatón, Ajetatón, llamada ahora Tell el Amarna, contiene mucha información respecto a la situación política de entonces en Palestina y Siria.

Estos centenares de tablillas de arcilla, halladas en 1887 (ver aquí, aquí, aquí, y aquí,), provienen de los archivos oficiales de la correspondencia entre los príncipes vasallos de Palestina, Siria y el faraón, como también de los reyes amigos de Mitani, Asiria y Babilonia.

Pocos descubrimientos han proyectado más luz sobre un período determinado del mundo antiguo, como el de las Cartas de Amarna sobre la época de los reyes Amenhotep III y Amenhotep IV (Iknatón). Estas cartas muestran claramente que menguaba la influencia de Egipto en Asia, a medida que presionaban contra su imperio los poderosos hititas, quienes ocupaban una cantidad de regiones en el norte de Siria.

Luchaban entre sí las dinastías asiáticas locales: las más poderosas derrocaban a las más débiles y aumentaban así su propio poder y territorio. Los más notorios de entre estos príncipes, que pretendían ser vasallos de Egipto pero peleaban contra los intereses egipcios siempre que podían, fueron Abd-Ashirta y más tarde su hijo Aziru de Amurru. Ellos extendieron su dominio sobre una cantidad de ricas regiones circundantes, tales como Biblos, Beirut y otras ciudades fenicias costeras.

En Palestina la situación era similar. Una cantidad de gobernantes locales se aprovecharon de la debilidad de Egipto para extender sus propios dominios.

También estaban los habiru, que invadieron el país durante este tiempo desde la Transjordania.
Una ciudad tras otra cayó en sus manos, y los príncipes que quisieron permanecer fieles a Egipto, como el rey de Jerusalén, escribieron una tras otra frenéticas cartas al faraón, suplicando ayuda militar contra los invasores habiru. Sin embargo, fueron vanos todos los esfuerzos de príncipes y comisionados leales para detener la marea de rebelión e invasión. El Egipto oficial prestó oídos sordos a todas las súplicas y pareció indiferente a lo que sucedía en Siria o Palestina.

Esta situación se describe vívidamente en las Cartas de Amarna, a las cuales se hará referencia nuevamente en la sección que trata de la invasión de Canaán por los hebreos. Por lo general se cree que los habiru de las Cartas de Amarna estaban emparentados con los hebreos.

Hacia fines de su reinado, Iknatón nombró como corregente a su yerno Smenjkare, a quien los registros antiguos asignan cuatro años de reinado; pero probablemente corresponden con el reinado de su suegro. Después de la muerte de Iknatón, otro yerno ascendió al trono, el joven Tutankatón, cuyo nombre significa "la forma viva de Atón" (1366-1357 AC).

No fue lo suficiente fuerte como para resistir la presión de los conservadores, y se vio obligado a volver a Tebas para restaurar el culto y la religión de Amón. Cambió su nombre por el de Tutankamón, abandonó la capital Ajetatón (Amarna) y procuró compensar la "herejía" de sus predecesores reparando varios templos, reinstalando a los sacerdotes de Amón y restaurando el culto de Amón a su gloria anterior.

Cuando murió, después de un reinado de menos de diez años, recibió una sepultura magnífica en el valle de los reyes en la Tebas occidental, donde habían sido sepultados todos los reyes de la XVIII dinastía, de la época anterior a Amarna.

Puesto que la suya fue la única tumba real con sus maravillosos tesoros que permaneció sin ser tocada hasta su descubrimiento en 1922, se hizo más conocido el nombre de Tutankamón que el de cualquier otro rey egipcio; fue, sin embargo, uno de los gobernantes insignificantes y efímeros de la larga historia de Egipto.

Tutankamón no dejó hijos, y su viuda escribió una carta al rey hitita Shubbiluliuma para pedirle que enviase a uno de sus hijos a casarse con ella para que así se convirtiese en el rey de Egipto. El rey hitita, desconcertado al principio por este insólito pedido, hizo investigar la sinceridad de la reina.

Satisfecho al fin en esto, envió a uno de los príncipes hititas a Egipto, quien, sin embargo, fue asechado y asesinado en el camino. Esto probablemente fue dispuesto por uno de los cortesanos más influyentes de los faraones anteriores, llamado Eye, quien obligó a la viuda de Tutankamón a casarse con él; así pudo gobernar Egipto por unos pocos años (1357-1353 AC).

Usurpó no solamente el trono, sino también el templo mortuorio y las estatuas de su predecesor. Cuando Eye murió, después de un reinado de unos cuatro años, las riendas del gobierno fueron tomadas por el anterior comandante del ejército, Haremhab, quien gobernó durante 34 años (1353-1319 AC).

Generalmente se lo considera como el primer rey de la XIX dinastía. Haremhab parece haber estado menos comprometido en la revolución de Amarna que sus dos predecesores; por lo tanto, fue más aceptable para el sacerdocio y para los conservadores del país.

Comenzó a contar los años de su reinado desde la muerte de Amenhotep III, como si él hubiese sido el gobernante legítimo de Egipto durante el tiempo de Iknatón, Smenjkare, Tutankamón y Eye.

Estos cuatro gobernantes fueron de allí en adelante considerados como usurpadores "herejes", y por eso no fueron mencionados en listas de reyes posteriores. Por lo tanto, Amenhotep III aparece como seguido inmediatamente por Haremhab.

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