EL DIOS QUE YO CONOZCO

12.03. Los reyes de Judá - Josafat, Joram y Ocozías (872-841 AC).

Josafat (872-848 AC) continuó las reformas religiosas de su buen padre. Aunque no quitó todos los altos, se lo encomia por haber ordenado que los levitas y sacerdotes recorriesen el país para predicar la ley (1 Reyes 22: 43; 2 Crónicas 17: 7-9). Él terminó la larga querella entre Judá e Israel al aliarse con la dinastía de Omri, y casó al príncipe heredero Joram de Judá con Atalía, hija de Acab (2 Reyes 8: 18, 26), unión que por desgracia abrió la puerta para el culto de Baal en Judá. Josafat también ayudó a los reyes del norte en sus campañas militares. Con Acab fue contra Ramot de Galaad (2 Crónicas 18: 28), y con Joram, rey de Israel, contra Moab (2 Reyes 3: 4-27). También luchó contra una fuerte confederación de los idumeos, moabitas y amonitas (2 Crónicas 20: 1-30). Por otra parte, algunas naciones, como los filisteos y los árabes, quedaron tan impresionadas con las hazañas de Josafat que procuraron su amistad. Su intento de restablecer las expediciones de Salomón a Ofir fracasó cuando sus barcos naufragaron en Ezión-geber (vers. 35-37).

Joram (854-841 AC), que no debe ser confundido con su contemporáneo, Joram de Israel, compartió el trono con su padre Josafat. No se dice nada bueno de Joram. Influido por su esposa malvada e idólatra, fomentó el culto a Baal en Judá (2 Reyes 8: 18), riñó infructuosas guerras con los filisteos y los árabes (2 Crónicas 21: 16, 17; 22: 1), y murió de una enfermedad incurable, según lo había predicho Elías (2 Crónicas 21: 12-19).

Ocozías (841 AC) siguió los caminos corruptos de sus padres, acompañó a su tío Joram de Israel en una guerra infructuosa contra los sirios (2 Reyes 8: 26-29), y fue mortalmente herido en el complot de Jehú contra Joram de Israel. Murió en Meguido, adonde había huido para restablecerse (2 Reyes 9: 14-28).

12.02. Los reyes de Judá - Abiam y Asa (913-869 AC).

El siguiente rey, Abiam, reinó brevemente (913-911 AC), sostuvo una guerra con Jeroboam I e imitó a su padre en todos sus vicios (1 Reyes 15: 1-8).

Con Asa, hijo de Abiam, llegó nuevamente al trono un buen rey (911-869 AC). Eliminó la influencia de su abuela, que había levantado una imagen para Asera, y desterró a los sodomitas como también el culto de los ídolos (vers. 10-13).

Después de los primeros años pacíficos de su reinado, que dedicó a reformas religiosas, Asa fue atacado por los etíopes comandados por Zera, que eran probablemente cusitas de la costa oriental del mar Rojo (2 Crónicas 14: 9-15).

Cuando Baasa de Israel ocupó parte del norte de Judá, probablemente 36 años después de la división del reino (2 Crónicas 16: 1), Asa no se atrevió a enfrentar al ejército septentrional con sus propias fuerzas inferiores en número, sino que indujo a Ben-adad de Siria a atacar y debilitar a Israel. Por esta falta de fe en la ayuda de Jehová, Asa fue severamente reprendido por el profeta Hanani (vers. 1-10).

Los últimos años de Asa se caracterizaron por su mala salud (vers. 12), y por lo tanto designó a su hijo Josafat como corregente, según lo indican los datos cronológicos.

12.01. Los reyes de Judá - Roboam (931-913 AC).

(Para tratar los principios sobre los cuales está basada la cronología de este período, ver las secciones: "IX - Métodos y principios usados para computar", y "X - Relaciones entre los reinos después del cisma" en el blog Cronología Bíblica).

Con Roboam, el imprudente hijo de Salomón, el reino hebreo unido llegó a su fin para nunca resurgir. Cuando Roboam fue a Siquem para la coronación, se enteró del descontento profundo que existía entre sus súbditos a causa de las excesivas cargas de impuestos y el trabajo forzado que su padre había introducido.

Rechazando las advertencias de consejeros experimentados para que accediese a las demandas razonables del pueblo, lo amenazó con aumentar sus cargas; de esta manera provocó la franca revuelta de sus súbditos del norte y del este bajo la dirección de Jeroboam, quien al enterarse de la muerte de Salomón había regresado del destierro (1 Reyes 12: 1-20).

Aunque atendió el consejo del profeta Semaías de no luchar contra sus hermanos al separarse las diez tribus, es evidente que Roboam sostuvo posteriormente varias guerras sangrientas con Jeroboam (1 Reyes 12: 24; 14: 30).

También en su quinto año sufrió el ataque histórico de Sheshonk (Sisac) I de Egipto (1 Reyes 14: 25-28), respecto del cual todavía da testimonio el relieve de la victoria de Sheshonk que se halla en el muro del templo de Karnak. Este ataque puede explicar por qué el rey de Judá fortaleció las defensas de una cantidad de pueblos que protegían los caminos que llevaban a Jerusalén (2 Crónicas 11: 5-12).

Siendo quizá hijo de una mujer amonita, Roboam imitó a su padre al tener un numeroso harén y al fomentar la adoración de dioses paganos, con todos sus ritos abominables (1 Reyes 14: 22-24; 2 Crón. 11: 21).

11.03. Salomón (971-931 AC)

Salomón, tercer gobernante del reino unido de Israel, cuyo nombre era también Jedidías, "al cual amó Jehová" (2 Samuel 12: 24, 25), parece haber seguido la costumbre oriental de tomar un nombre para ocupar el trono: Salomón, "pacífico". Su reinado hizo que este título no fuese sólo apropiado, sino también popular.

Por razones no especificadas, Dios escogió a Salomón para que fuese el sucesor de David, y éste lo proclamó rey durante una revolución de palacio que tenía el propósito de colocar en el trono a su hermano mayor Adonías (1 Reyes 1: 15-49). Aunque Salomón pareció al principio demostrar clemencia para con Adonías, no se olvidó del incidente. Por lo general, el menor error que cometieron los opositores de Salomón les costó la vida. De ahí que tanto Joab, instigador del complot, como Adonías fueran finalmente ejecutados, mientras que Abiatar, el sumo sacerdote, fue depuesto (1 Reyes 2).

Demostrando una piedad desusada para sus años, y comprendiendo al parecer la dificultad de sus problemas políticos, Salomón pidió a Dios sabiduría en la difícil tarea de gobernar el nuevo imperio. Su sabiduría, de la cual tenemos ejemplos en los Proverbios, Eclesiastés y Cantares, excedió a la de todos los demás sabios famosos de la antigüedad (1 Reyes 3: 4 a 4: 34). Esta fama atrajo a su corte a los intelectuales de varias naciones. De esas visitas, la de la reina árabe de Sabá parece haber sido la que hizo mayor impresión sobre sus contemporáneos (1 Reyes 4: 34; 10: 1-10).

El reino que Salomón heredó de su padre se extendía desde el golfo de Akaba, al sur, hasta casi el Eufrates, al norte. Nunca antes ni después tuvo tanta extensión el territorio israelita. Siendo que tanto Asiria como Egipto estaban muy débiles en esta época,Salomón no encontró verdadera oposición de parte de sus vecinos, y aprovechando esa situación, se aventuró en grandes empresas comerciales por tierra y por mar que le reportaron riquezas nunca antes vistas por su pueblo. De ahí que el esplendor de su reinado se hiciera legendario, como lo testifica Mateo 6: 28, 29.

Puesto que los fenicios ya controlaban el comercio del Mediterráneo, Salomón se dirigió hacia el sur y realizó empresas comerciales con Arabia y el Africa oriental, llevando a cabo sus expediciones marítimas con la ayuda de marinos de Tiro (1 Reyes 9: 26-28). La ciudad de Ezión- geber en el golfo de Akaba no sólo sirvió de puerto principal para estas expediciones, sino también, aparentemente, como un centro comercial del cobre extraído en el Wadi Arabá (la zona entre el mar Muerto y Ezión-geber). Como además controlaba muchas rutas comerciales terrestres, Israel llegó a ser el gran mercado de compra y venta de carros y lino egipcios, caballos de Cilicia y diversos productos de Arabia. Prácticamente nada entraba en Egipto desde el oriente, o en Mesopotamia desde el suroeste, sin enriquecer los cofres de Salomón (1 Reyes 4: 21; 10: 28, 29).

El rey emprendió también grandes construcciones. Sobre el monte Moriah, en el norte de la antigua Jerusalén, edificó una acrópolis que comprendía el magnífico templo, edificado en 7 años (1 Reyes 6: 37, 38), y su propio palacio, cuya construcción llevó 13 años (1 Reyes 7: 1). También construyó el millo' o "relleno", que algunos creen que estuvo entre Sion y Moriah, y reparó el muro de Jerusalén (1 Reyes 9: 15, 24). A lo largo del país se construyó una cadena de ciudades para sus carros a fin de garantizar la seguridad nacional, y esto requirió un gran ejército regular y muchos caballos y carros, costosos rubros del presupuesto nacional (1 Reyes 4: 26; 9: 15-19; 10: 26; 2 Crón. 9: 28). Las excavaciones de Gezer y Meguido han comprobado plenamente estas afirmaciones bíblicas.

Para sus múltiples empresas, el rey dependía del trabajo forzado (1 Reyes 5: 13-18; 9: 19-23), y de los fenicios, para conseguir obreros adiestrados y marineros (1 Reyes 7: 13; 9: 27). Los magníficos proyectos de construcción y las grandes exigencias del ejército fueron una carga tan pesada para la economía israelita, que aun los inmensos ingresos de Salomón resultaron insuficientes para financiar el programa, con el resultado de que en una ocasión tuvo que ceder 20 pueblos galileos a Fenicia en pago de la madera y del oro que necesitaba (1 Reyes 9: 10-14).

Siguiendo la costumbre de los monarcas orientales, Salomón tuvo un gran harén, y procuró fomentar la buena voluntad internacional casándose con princesas de la mayoría de las naciones circunvecinas, incluso Egipto, y permitió que se edificasen en Jerusalén santuarios dedicados a deidades extranjeras (1 Reyes 11: 1-8). La princesa egipcia, que trajo como dote la ciudad de Gezer que su padre había conquistado de los cananeos, parece haber sido su reina favorita por cuanto le construyó un palacio separado (1 Reyes 3: 1; 9: 16, 24).

Pero la gloria exterior del reino, el suntuoso ceremonial de la corte, las nuevas y poderosas fortalezas en todo el país, el fuerte ejército y las grandes empresas comerciales no podían ocultar el hecho evidente de que el imperio de Salomón estaba por desintegrarse. Había inquietud entre los israelitas a causa de los altos impuestos y el trabajo forzado requerido, y las naciones subyugadas sólo esperaban una señal de debilidad para independizarse de Jerusalén. Aunque la Biblia sólo menciona por nombre a tres rebeldes que se manifestaron en abierta oposición a Salomón: Hadad edomita, Rezón hijo de Eliada, y el efrainita Jeroboam (1 Reyes 11: 14-40), los sucesos que ocurrieron inmediatamente después de la muerte de Salomón implican que debe haber habido considerable desasosiego aun durante su vida.

Los escritores bíblicos, que se preocuparon más de la vida religiosa de sus héroes, dan como razón principal de la decadencia del poder de Salomón y la desintegración de su imperio, el hecho de que el rey se hubiera apartado del camino recto de sus deberes religiosos. Aunque había construido el templo de Jehová y en su dedicación ofreció una oración que reflejaba profunda experiencia espiritual (1 Reyes 8: 22-61), cayó en una poligamia e idolatría sin precedentes (1 Reyes 11: 9-11) que provocaron la prosecución de una política insensata que apresuró la caída de su reino.

No bien hubo cerrado los ojos Salomón, las tribus de Israel se separaron en dos bandos y varias de las naciones sometidas proclamaron su independencia.

11.02. David (1011-971 AC)

Después de la muerte de Saúl, David fue coronado rey sobre Judá en Hebrón (2 Samuel 2: 3, 4). En tiempos pasados había sido capitán en el ejército de Saúl, y por un tiempo fue yerno de Saúl (1 Samuel 18: 27), pero había vivido como proscrito en los bosques y las cavernas de las montañas del sur de Judá, y en una ciudad filistea durante los últimos años del reinado de Saúl (1 Samuel 19 a 29).

David, ungido secretamente por el profeta Samuel poco después del rechazo de Saúl como rey, estaba excepcionalmente dotado como guerrero, poeta y músico (1 Samuel 17; 2 Samuel 1: 17-27; 1 Samuel 16: 14-23). Era también profundamente religioso, y aunque cayó en un grave pecado, se arrepintió y recuperó el favor divino (ver el Salmo 51). Por lo tanto, se le confirmó el trono a perpetuidad a él y a su posteridad, lo que culminaría con el reino eterno del Mesías, que fue descendiente de David según la carne (Romanos 1: 3).

Los primeros siete años del reinado de David se limitaron a Judá, mientras que Is-boset, cuarto hijo de Saúl, reinó sobre el resto de las tribus desde su capital, Mahanaim, en Transjordania. Las relaciones entre los dos reyes rivales fueron amargas, e hicieron crisis en forma de luchas y derramamientos de sangre (2 Samuel 2: 12-32). Abner, comandante del ejército de Saúl, era el que realmente sostenía el trono de Is-boset, hombre débil que cayó víctima de unos asesinos inmediatamente después que Abner le retiró su apoyo (2 Samuel 3 y 4). Su verdadero nombre parece haber sido Es-baal, "hombre de Baal" (1 Crónicas 8: 33; 9: 39), lo que sugiere que cuando nació, Saúl se había alejado tanto de Dios que adoraba a Baal. Al escritor inspirado de 2 Samuel, este nombre le resultaba tan vergonzoso que nunca lo usó; por eso a Es-baal, "hombre de Baal", siempre prefirió llamarlo Is-boset, "hombre de vergüenza".

David había hecho de Hebrón su capital, y allí, después de la muerte de Is-boset, fue coronado rey sobre todo Israel, lo cual señaló el fin de la breve dinastía de Saúl. Después que David hubo reinado durante siete años y medio, se propuso establecer una nueva capital. Demostró notable sabiduría política al elegir como capital una ciudad que hasta ese momento no había pertenecido a ninguna tribu, y que por lo tanto sería aceptable para todos. Al conquistar la fortaleza Jebusea de Jerusalén, en la frontera entre Judá y Benjamín, y al establecer el centro político y religioso del reino en una ubicación central, lejos de las principales carreteras internacionales que atravesaban el país, David demostró una previsión política digna de encomio. Desde entonces Jerusalén ha sido una ciudad importante y ha desempeñado un papel destacado en la historia del mundo.

El reinado de David se distingue por una cadena ininterrumpida de victorias militares. Derrotó repetidas veces a los filisteos (2 Samuel 5: 17-25; 21: 15-22; 23: 13-17) y logró libertar completamente a Israel de la influencia de ellos. Los limitó a una región costera próxima a las ciudades de Gaza, Ascalón, Asdod, Gat y Ecrón. También subyugó a los moabitas, amonitas y edomitas (2 Samuel 8: 2, 14; 10: 6 a 11: 1; 12: 26-31; 1 Crónicas 18: 2, 11-13; 19: 1 a 20: 3), y sometió a los arameos de Damasco y Soba (2 Samuel 8: 3-13; 1 Crónicas 18: 5-10). Otras naciones procuraron su amistad mediante el envío de presentes -como lo hizo el rey de Hamat (2 Samuel 8: 9, 10)- o mediante la firma de tratados, como en el caso del rey fenicio de Tiro (2 Samuel 5: 11). De esta manera David pudo reinar sobre toda Palestina occidental y orienta, con excepción de la región costera, e indirectamente también sobre grandes secciones de Siria. Prácticamente todo el territorio entre el Eufrates y Egipto era administrado por los gobernadores de David, o le era favorable, o le pagaba tributo.

La política interna de David no siempre tuvo tanto éxito como su política exterior. Para fijar impuestos o para hacer un cálculo del potencial humano de su reino, hizo levantar un censo que ofendió a Joab, su general, y también a Dios (2 Samuel 24; 1 Crónicas 21 y 22). David, como otros estadistas fuertes antes y después de él, también cayó ocasionalmente víctima de sus concupiscencias -véase por ejemplo el episodio de Betsabé (2 Samuel 11: 2 a 12: 25)-, y como polígamo compartió los tristes resultados de esa costumbre. Uno de sus hijos cometió incesto (2 Samuel 13); otro, Absalón, llegó a ser fratricida y más tarde se rebeló contra su propio padre, pero murió en la batalla que siguió (2 Samuel 13 a 19). La rebelión del benjamita Seba también causó serias dificultades y derramamiento de sangre (2 Samuel 20); y poco antes de la muerte de David, Adonías, uno de sus hijos, hizo un intento infructuoso para ocupar el trono mediante una revolución en el palacio (1 Reyes 1). Sin embargo, la recia personalidad de David, junto con el resuelto apoyo de los que le fueron leales, le permitió vencer todas las fuerzas divisivas. El reino fue transferido a Salomón como una sólida unidad.

La lealtad básica de David para con Dios y su disposición a arrepentirse y aceptar el castigo por el pecado, le ganaron el respeto de los profetas Natán y Gad, y le atrajeron promesas y bendiciones divinas de una naturaleza singular. No pudo realizar uno de sus mayores deseos: construir un templo para el Dios que amaba. Sin embargo, se le prometió que construiría el templo su hijo, cuyas manos no estaban manchadas de sangre como las suyas. Por lo tanto, David compró el terreno, mandó hacer el plano y reunió los fondos para ayudar a Salomón en la realización del plan (2 Samuel 7; 1 Crónicas 21: 18 a 22: 5).

11.01. Saúl (c. 1050-1011 AC)

Saúl, hijo del benjamita Cis, hombre escogido por Dios a causa de su naturaleza profundamente religiosa (1 Sam. 10: 7, 10, 11; 14: 37), su humildad (1 Sam. 10: 22) y una tendencia a la generosidad (1 Sam. 11: 13), primeramente fue ungido en secreto por Samuel (1 Sam. 10: 1), proclamado rey en Mizpa (1 Sam. 10: 17-24), y confirmado en su cargo en Gilgal después de tener éxito en el rescate de Jabes de Galaad de manos de los amonitas (1 Sam. 11).

Su reino consistió en una unión algo débil de tribus que lo seguían como rey en tiempos de emergencia, pero que fuera de eso decidían sus asuntos internos sin interferencia de un gobierno central. A principios de su reinado, su actuación difirió poco de la de un juez. Aún después de ser proclamado rey, entre otras cosas todavía cuidaba su propio ganado.

Sin embargo, la idea de una monarquía real se desarrolló gradualmente. Saúl tenía el plan de que su reino fuese hereditario. En su capital, construyó un castillo en el predio de una hectárea, "Gabaa de Saúl", ahora Tell el-Fûl, a unos 6 ½ km al norte de Jerusalén. Su ciudadela de dos pisos que medía aproximadamente 52 m por 35 m, cuyos muros exteriores tenían de 1,80 a 2,10 m de espesor, ha sido excavada por W. F. Albright. Con sus muros fortificados y torres en las esquinas, representa la construcción hebrea típica de la época. La sala más grande, que era probablemente la sala de audiencia donde David tocaba su lira ante el rey, medía unos 2,10 por 7,60 m.

Fue Saúl quien creó el primer ejército regular, aunque pequeño, mantenido por Israel. Constaba de 3.000 hombres ubicados como guarnición en tres ciudades (1 Sam. 13: 2), con su tío -o tal vez primo- Abner, como comandante en jefe (1 Sam. 14: 50).

El nuevo rey, instalado en el trono durante el período difícil cuando los filisteos, apoyados en sus armas y experiencia militar superiores, trataron de subyugar a los hebreos, a menudo se halló luchando contra ellos como también contra otras naciones. Dio la primera prueba de sus condiciones de general cuando rescató de los amonitas la ciudad de Jabes de Galaad, en Transjordania (1 Sam. 11: 1-11). También sostuvo guerras victoriosas contra los amalecitas (1 Sam. 15: 4-8) y los idumeos en el sur, los moabitas en el este, y los arameos del Estado sirio de Soba (1 Sam. 14: 47).

Con todo, la amenaza permanente para la existencia de Israel provino de los filisteos (1 Sam. 14: 52), que mantuvieron guarniciones en varias ciudades hebreas, aun en algunas cercanas a la capital de Saúl. Los filisteos tenían el monopolio de la manufactura y afilación de armas y herramientas, de manera que en determinado momento en todo Israel solamente Saúl y Jonatán poseían armas de hierro (1 Sam. 13: 19-22). Aterrorizaron de tal manera a los hebreos, que éstos se vieron obligados habitualmente a refugiarse en cuevas y lugares inaccesibles de las montañas (vers. 6).

La primera gran victoria israelita sobre los filisteos, la que causó su expulsión de la región montañosa oriental, fue más bien un episodio militar que una batalla real. Cuando los filisteos habían ocupado las colinas de Benjamín y habían tomado a Micmas, los israelitas retrocedieron en desorden (vers. 5-11). Micmas queda a 11 km al norte de Jerusalén, a una altitud de 620 m sobre una colina que domina la profunda garganta del Wadi ets-Tsuwenît hacia el sur, que formaba el paso de Micmas. Mientras Saúl estaba acampado con 600 hombres en Gabaa, separado de los filisteos por el Wadi ets-Tsuwenît, Jonatán y su escudero descendieron por la roca Sene en la cual estaba construida Gabaa, cruzaron el wadi, y luego escalaron la escarpada roca Boses, sobre la cual estaban acampados los filisteos en Micmas (1 Sam. 13: 15, 23; 14: 4, 5). El ataque sorpresivo de Jonatán en el campamento filisteo creó gran confusión, la que aumentó cuando los hebreos acudieron en ayuda de Jonatán; entonces los filisteos huyeron aterrados (1 Sam. 14: 11-23).

El primer gran encuentro entre los hebreos y los filisteos durante el reinado de Saúl se realizó en la región montañosa occidental entre Soco y Azeca, a mitad de camino entre Jerusalén y Ascalón. La victoria de David sobre Goliat en esa ocasión fue el comienzo de una gran serie de victorias sobre los odiados filisteos. Los principales resultados fueron una mayor libertad para los hebreos y considerable riqueza obtenida del saqueo a los filisteos (1 Sam. 17).

Por desgracia para la nación y la casa real, Saúl, que tenía un carácter indisciplinado, se hizo despótico después de sus victorias. A causa de su violación de la ley levítica y de órdenes divinas, no sólo perdió el reino sino también el juicio. Sus últimos años -no se sabe cuántos- pasaron bajo la sombra de la locura, que a su vez lo llevó a continuas tentativas de matar a David, de quien él sabía estaba destinado a ser su sucesor. Habiendo perdido la amistad y la mano guiadora de su viejo consejero Samuel (1 Sam. 15: 17-23, 35), cometió crímenes de los más necios y atroces, tales como la matanza de los sacerdotes inocentes de Nob (1 Sam. 22: 11-21), y hasta intentó matar a su propio hijo Jonatán (1 Sam. 20: 30-33). Aunque conocido por su celo en desarraigar el espiritismo, pidió consejo a una bruja el día antes de su muerte (1 Sam. 28: 3-25).

En una batalla reñida en las montañas de Gilboa, en el extremo oriental de la llanura de Esdraelón, Saúl y sus hijos perdieron la vida luchando contra los filisteos (1 Sam. 31: 1-6). Esa batalla fue tan desastrosa que todas las ganancias del largo reinado de Saúl se perdieron ante los filisteos, quienes una vez más ocuparon las ciudades de Israel y arrojaron a los aterrorizados habitantes a sus antiguos refugios de las montañas (vers. 7).

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